Sobre la idealidad del amor
En 22 mayo, 2018 | 0 Comentarios

Sobre la idealidad del amor

            El amor[1] parece haber sido uno de los grandes motores que han propulsado al género humano a lo largo de su corta existencia como especie. Nadie cuestiona su potencial ni nuestra capacidad de amar. Nadie se imagina una vida sin amor y sin los valores que transmite. Nadie duda de que el amor sea un motor de voluntades personales. A lo largo de la Historia, se han hecho grandes proezas y locuras por amor y también se han derribado enormes fronteras en su nombre. Lo curioso es que muchas de las personas que dicen sentir amor por otras no sabrían explicar exactamente en qué consiste ese sentimiento o qué sienten concretamente. El amor es algo que domina a la persona, que le hace volar desde el placer y la paz en un instante hasta la angustia e incomprensión al instante siguiente. El amor ha sido algo retratado por la literatura desde que esta existe y ha ocupado un lugar temático principal en cuanto a las relaciones humanas se refiere. Es precisamente esta Historia de la literatura la que relata con más detalle el universo sintético del amor.

Este, siendo uno de los motores principales en la voluntad del ser humano, ha sido definido según las épocas, estilos y gustos y siempre desde las elites culturales y sociales. La filosofía ha tratado sobre la univocidad del concepto “amar” y sin embargo no ha sido capaz de mostrar un amor único y verdadero que acompañe a todas las personas en su andadura histórica. ¿Cómo es posible esto? ¿No hay un solo amor? ¿Hay un amor para las elites y otro amor para los humildes? ¿Para amar hay que tener cierto nivel cultural o económico? Ni la filosofía ni la literatura desligan la capacidad de amar con ese cierto nivel de sapiencia y pecunia. Parece ser que “el amor de los pobres” está más ligado a la supervivencia familiar y al mantenimiento de la economía doméstica. Y al carecer de esa libertad de elección, no parece ser un amor ajustado a los términos literarios y artísticos.

La Historia de la literatura ofrece diversas visiones sobre el concepto del amor. Será Platón en su Banquete quien comience con la idea del amor en occidente. La voluntad de amar nace en el mismo momento en que el individuo es consciente de que le falta algo (de sí mismo y en su interior) y es esa falta la que le hace comenzar una búsqueda. El ser humano es incompleto. La búsqueda debe completarlo. Amar se corresponde más a un discurso (construido como lenguaje) que a un sentimiento. Pero la propia búsqueda es aún más importante que la consecución de la misma. Entonces, al conjugar el concepto de discurso con el de búsqueda, en realidad está hablando no de la pasión ni del enamoramiento, si no de de la finalidad de comunicarse y dotar de sentido al mundo; de completar y ligar las cosas. Este concepto de amor es un continuo movimiento de búsqueda y voluntad de conocer. Por eso nunca debe ser completado. Si se concluye, el afán conocedor del hombre concluirá también. En definitiva, lo que Platón está diciendo es que aunque amar sea bueno y bello, debe ser siempre un camino inconcluso porque uno sólo se enamora de lo que le falta. Si lo consigue, deja de desearlo y de sentir amor por ello y la voluntad de conocer y de trascender a lo universal se acaba. El amor es una búsqueda perpetua pues; ni consecución ni posesión.

Avanzando hasta la Edad Media, contamos con el ejemplo de El caballero de la carreta. En esta obra vemos la visión medieval del amor cortés. En primer lugar, únicamente pueden amar los hombres nobles y cortesanos. Luego hacen una diferenciación clara entre el amado y el amante. Es este último el que debe demostrar continuamente su amor (pruebas de amor) y su sumisión ante los deseos del amado. Y por supuesto, nunca debe conseguir ese objeto amado. Amar es sufrir y se sufre para llegar a Dios. La religiosidad, las pruebas de fe, el misticismo, lo sobrenatural y lo fantástico son ingredientes que deben acompañar siempre al amante en la búsqueda de su ser amado. Tenemos en frente a otro concepto ideal de lo que se supone que debe ser el amor. Aquí el amor sí es un sentimiento pero compuesto de muchos otros. El valor, el honor, la lealtad, la sumisión, el sufrimiento…  componen básicamente el amor por parte del amante. El amado (la amada, generalmente) debe ser un ente místico, puro, lejano, inalcanzable y virgen. Como se muestra obvio, la sátira y crítica de El Quijote se basa en gran parte en este concepto del amor. Al igual que con Platón, el amante siente que hay una falta en su interior. Pero a diferencia de Platón, esa falta es debida a una pérdida. Solo eres capaz de amar si has perdido algo. Y todo lo perdido lo personificas en el amado. Es como una especie de primer pecado original que conlleva toda una vida de búsqueda de redención. De ahí que el amor esté muy ligado a lo místico y espiritual. En otras palabras, el amor es una construcción ideal que nunca va a satisfacer nuestras expectativas puesto que estamos focalizando nuestras faltas (nuestras dudas y preguntas) en un objeto que nunca nos va a ofrecer las respuestas deseadas. Es un intento de acceder a Dios sin caer en la vida monástica y célibe. Amamos porque sufrimos una pérdida y tenemos la esperanza de recuperar lo perdido a través del objeto amado. Y en ese camino, como amantes, estamos dispuestos a dar todo por el objeto amado que, en su transcurso, llega a cosificarse del todo. De ahí la concepción de “objeto” como pilar básico del amor medieval que, aunque parezca increíble, sigue más presente de lo que imaginamos en este nuestro siglo XXI.

Durante el renacimiento, tenemos la visión neoplatónica del amor del Cancionero de Petrarca. Aquí hay un deseo explícito de gozar de la belleza de forma contemplativa. Esto daría en época contemporánea el concepto actual de “amor platónico”. Como en los ejemplos anteriores, aquí tenemos también dualidad entre lo real y lo ideal y entre lo terrenal y lo celestial, aunque cada autor sitúe y denomine según sus criterios. En el amor neoplatónico, una de las condiciones necesarias para llegar a amar es nunca alcanzar materialmente el amor deseado. Es preferible observarlo en la distancia y vivirlo descriptivamente que no posesivamente. La posesión corrompe la idealidad divina del objeto amado. Petrarca recoge las dos tradiciones anteriores y sube un peldaño más, argumentando que el amor está directamente relacionado con la religión. El amante tiene una vivencia religiosa explícita y la amada tiene una doble naturaleza marcada por la diosa Venus[2]. La Venus coelestis es una Venus celestial que se alimenta directamente de la idealidad y de lo místico. Es la belleza en su esplendor original; pura y virgen. La Venus genitrix es una réplica física de su hermana; una imagen material pero, al fin y al cabo, falsa. Sólo somos capaces de acceder a la Venus terrenal – “fenomenal”; la que se muestra. Petrarca plantea un amor contemplativo donde no vemos la cosa, si no que nos miramos en la cosa. Por lo tanto es un amor egoísta y en cierto modo hedonista y narcisista. Para decirlo de otro modo, un amor contemplativo que no podemos observar realmente (sólo a través de una copia terrenal) y que además tiene un altísimo contenido (implícito) de concupiscencia y egoísmo, nos conduce otra vez a la imposibilidad real de identificar y ejecutar el amor. Sólo somos capaces de ver una imagen del amor, que si intentamos atrapar se evapora y que si conseguimos obtener, sólo veremos en ella lo que queremos ver (nuestras necesidades, anhelos y a nosotros mismos. Es decir, speculum) y no la cosa completa.

La visión romanticista del amor la descubrimos a través de Goethe y sus Penas del joven Werther. Aquí, amor, pasión y muerte van fatalmente unidos. Claramente la idea del amor va ligada a un viaje interior, egoísta, repleto de miedos, traumas y sueños donde lo más substancial es el latido interior y no el objeto amado. Es más importante estar enamorado (y sufrir por ello) que la propia persona amada[3]. Esta visión romanticista busca entrar en contacto con el mundo y con el universo en pleno. Pero la razón no vale para ello. La única manera de acceder a la verdad de las cosas es la pasión. Y amar al otro es lo más parecido a tocar la naturaleza de las cosas; su verdad, su esencia. La búsqueda es una condición necesaria para que se pueda amar. Ese viaje, que recorre y altera el espacio, lucha contra la tiranía inamovible del tiempo que avanza inexorable y todo lo puede. Así, amar es viajar para escapar del poder del tiempo y luchar contra la propia condena de la condición humana. Esta condena, que es la muerte, produce agonía y sufrimiento en el amante que, en un panorama de desasosiego existencialista, verá en el suicidio la única solución a todos sus dilemas. El amado aquí juega un papel de mero objeto satisfactor. Es idealizado por el amante y usado como llave para acceder a “los secretos de universo” y así poder comenzar su viaje de autoperfecionamiento y conocimiento. En resumen, aquí lo importante es el “yo”, el subconsciente y las pasiones y el amor es una herramienta para hacer frente a lo incomprendido del mundo, es decir, para acceder a la verdad. La persona amada no importa, sólo importa la visión que de ella tengas, lo que tú pongas en ella, los sueños y frustraciones que proyectes sobre ella. La idealización del otro es directamente proporcional al narcisismo propio.

Visto lo visto, pues, ¿amamos realmente o idealmente? ¿A quién le corresponde amar; al amante? ¿El amado no ama? ¿Nos amamos sólo a nosotros mismos? ¿Nos corresponde amar a todos por naturaleza? Atendiendo a los ejemplos literarios y a sus bases filosóficas, el amor es una manera de llegar a Dios o una potencia perpetua o una manera de definición y crecimiento personal o una búsqueda continua. Pero nunca es real. Nunca tiene una correspondencia directa con el mundo ni con la persona amada. Se desvirtúa al “contacto con el oxigeno” en el momento en que se evade del mundo de las ideas.

De este modo, si amar se construye y se aprende; si amar tiene una correspondencia directa con el mundo de las ideas y de la literatura (poesía) pero no con el mundo real, amar debe ser una construcción cultural por necesidad; algo aprendido. Algo que el espíritu utópico humano ha intentado llevar a la realidad pero sin conseguirlo. ¿El amor es parte de la esencia humana? ¿O sin amor también hay cultura y ser humano? El ser humano puede vivir y crear cultura sin amor. Puede buscar fuentes de inspiración en otras partes e incluso en otros tipos de amor que no sea necesariamente el referido al sentimiento que por otra persona tenemos sin que haya relación de dependencia o parentesco. Así, el amor no es esencial en el ser humano porque es una construcción cultural como cualquier otra. Por eso, no nos tiene que extrañar que el amor sea exclusivo de las elites sociales o de las personas con mayor nivel cultural y tiempo libre para el ocio. El ser humano es cultura pero sin cultura también es ser humano. Y el amor, forma parte de esa cultura, creo yo.

Hoy día, afirmar lo anterior nos parecería bastante descabellado. Hoy día el amor es un concepto de insustituible valor y motor de muchos seres humanos en su vida diaria. ¿Cómo es posible que se haya llegado a una extensión tan generalizada en el uso del amor? ¿Cómo es posible que ya todos los humanos (o casi todos) reivindiquen el amor como algo esencial en su condición? Si continuamos nuestra visión culturalista del amor, vemos que no todos los seres humanos comparten la misma idea de amor ni las mismas formas de amar. Entonces, deberíamos enfocarnos en la concepción occidental del amor, que es la que hemos estado siguiendo en todo nuestro escrito. Atendiendo a esta, podemos asegurar que el nivel cultural y económico (educación universal, fin de las epidemias y fin de las crisis de subsistencia) de los países occidentales ha permitido asentar una idea de amor en el sustrato cultural último nuestro. En el momento que aceptamos una linealidad histórica única y propia y un pasado cultural común, (es decir, que nos consideramos herederos de una cultura) tomamos como propios, conceptos tales como Dios, idioma, legado artístico, literario, histórico y cultural. Todos ellos conforman nuestra idea de amor que se encuentra asentada en nuestro imaginario colectivo y que nadie pone en duda. La época contemporánea ha heredado un poco de cada concepto de amor que hemos visto anteriormente: Las pruebas de amor, la idealización del otro, el miedo a quebrantar la inocencia, el amor bello contemplativo, el autocompletarse, etc. Cuando se tienen las necesidades básicas cubiertas y una cierta educación y nivel cultural, el ser humano reivindica su derecho a amar, a conocer y a conocerse, a llegar a Dios, a completarse a sí mismo e incluso a protagonizar su propia novela vital tal y como hemos visto anteriormente. Esto es lo que han aprendido y lo que les han enseñado. Cada cual desarrolla su propia receta con ingredientes de aquí y de allá pero lo esencial en ello es la búsqueda.

En el supuesto caso de que quisiésemos buscar nuestro “verdadero” amor hoy en día ¿Dónde lo podemos encontrar? ¿Cómo amamos y hacia dónde se dirige nuestro amor? En El buen soldado podemos atisbar algunas respuestas a este dilema. Este libro plantea un concepto de amor consciente de todo lo que ha supuesto el amor a lo largo de los siglos (es decir, ya se considera heredero de una idea de amor) y al tiempo, añade su granito de arena. Plantea una definición de amor llena de hipocresía (fractura entre los comportamientos públicos y privados) y de falta de fe. El amor concreto como un cúmulo de experiencias o fracasos que enriquecen al individuo y lo preparan para futuras relaciones amatorias. La imposibilidad de encontrar en la realidad un amor ideal y su vertiente más social a través de la institución del matrimonio. El matrimonio tiende a fundirse con la definición ideal de amor, es decir, su consecuencia lógica. Si amas, te casas. Pero en el libro, esta gran falsedad queda desvelada constantemente. Por un lado van los sentimientos personales y por el otro las apariencias sociales. Como un rey que desposa a su reina pero lleva una perfecta vida paralela con otras mujeres anónimas. De este modo, parece que vuelve a haber un dualismo como en los otros casos, una clara diferencia entre la realidad y la idealidad. Un amor ideal otra vez insatisfecho que sucumbe a las miserias que ofrece el amor real. Parece ser que el amor ideal siempre se escapa al ser humano. A través del matrimonio, evocado desde las más altas instancias celestes, se pretende demostrar que la búsqueda ha acabado y que la perfección ideal se ha plasmado en la tierra. La potencia convertida en acto. Toda una farsa social.

Teniendo en cuenta lo visto, las diferentes maneras de concebir el amor, su utilidad social, sus contradicciones, su dualismo, sus manifiestas limitaciones y sus manifestaciones limitadas, me atrevo quizás a concluir que el amor es una invención mental de los humanos, un pacto arbitrario, un concepto aceptado por todos pero por unos pocos definido, una construcción cultural, una práctica exclusiva para elites sociales y culturales hasta época contemporánea. Por lo tanto, su plasmación en la realidad siempre se aleja de la propia esencia del amor que es la búsqueda, la idealidad, la perfección, la plenitud. La elucubración mental puede llegar a respetar la idea originaria del amor pero nunca su puesta en práctica. El amor, en el momento en que traspasa el mundo de las ideas, se traiciona a sí mismo y se abre una fractura entre lo deseado (o imaginado) y los resultados reales. Siempre va a ser percibido como incompleto e insatisfactorio y sólo el anhelo utópico humano le lleva a continuar con insistencia en el empeño de representarlo en la realidad.

Y aun así, qué bello es amar. Qué indescriptible es su sensación cuando irrumpe en un cuerpo descolocando todo. Cuando empuja voluntades y mueve montañas. Cuando falta, cómo duele. Cuando está, cómo lisonja. Principio y fin de toda idea que merece la pena ser recordada. Amor, que verbalizado pierde fuerza. Que no se puede explicar y que nunca se desvanece del todo mientras haya esperanza.

GABRIEL BARRIOS MARTÍN

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