ATARDECER EN EL HOTEL I
En 20 marzo, 2018 | 0 Comentarios

ATARDECER EN EL HOTEL I

Es verano, en la terraza del Hotel presencio por casualidad una conversación entre un elegante caballero con un impreciso acento andaluz y una enigmática señora de edad indefinida. Ambos situados en la mesa de al lado, hablan sin la menor preocupación a que alguien les pueda escuchar. El formato de la charla es constante, ella hace preguntas cortas y él responde largo y tendido para acabar recitando partes de extraños poemas. Deduzco que se han conocido en Nueva York, hace muchos años y que su encuentro había sido fundamental para el caballero, que se confiesa en deuda con la mujer a la que llama su musa.

A continuación transcribo, con la mayor precisión de la que soy capaz, lo que escucho en este atardecer veraniego.

Musa.- ¿Te acuerdas de que nos conocimos en Harlem, en un anochecer de agosto semejante a éste?

Poeta.- Sí, pero era un cabaret no una terraza frente al mar. Allí me hiciste ver la pasión desbordada  en la fiesta nocturna de los negros. Era como si en un embalse lleno de sangre, común a todos los asistentes, se rompieran los diques y quedara todo del revés por esa fuerza de la corriente. Por eso escribí: La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.

En aquel local, sin la censura del qué dirán, que enrojece de vergüenza las caras de las personas, la vida se presentaba llena de emoción, en músicas, bailes y canciones que expresaban deseos sinceros,  justo en el feliz tiempo del verano. Todo esto es lo que quise transformar en verdad universal, traducido en símbolos de interpretación amplia, cuando escribí: No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles, viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes, bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de Cancer.

Allí tuve una visión nueva, tan lejana a las de mi patria chica que hacía que todo lo que había escrito anteriormente pareciera rancio y paleto. Como si esa fuerza pasional que se me mostraba exultante borrara de un manotazo la melancólica visión de la vida, que para mi ya no era sino una huella dibujada en el vaho del cristal, y esto, recuerdas, lo recogí en mi verso: Sangre que oxida al alisio descuidado en una huella y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.

Musa.- Y tú, enseguida, imaginaste un cielo del que era reflejo tanta vida apasionada.

Poeta.- Era reflejo de un paraíso lleno de frescas imágenes simbólicas, como pan recién hecho y que aún no tiene moho, ni está podrido, ni lleno de gusanos. Un cielo sobre el cual el tiempo aún no ha dejado huella. Muy anterior al nacimiento de los que allí estábamos pero común en su esencia juguetona a todos nosotros. Por eso dejé escrito: Es por el azul crujiente, azul sin un gusano ni una huella dormida, donde los huevos de avestruz quedan eternos y deambulan intactas las lluvias familiares. 

Un paraíso anterior a los desastres que traerá la sociedad y que aún no conoce lo mucho que el  ser humano  dañará al mundo. Y lo dije con esta frase: Es por el azul sin historia, azul de una noche sin temor del día.

Julio Alcalá
Julio’s Blog

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